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El oscuro pasajero

Una reseña de Miguel Blár sobre el último poemario de Paul Forsyth 

Publicado: 2014-05-08

El segundo poemario de Paul Forsyth Tessey continúa la búsqueda que inició en Laberinto (2006), aquel duelo sereno que es la búsqueda de un sentido en una selva de oscuros espejos. En El Oscuro Pasajero, el poeta expone las continuas metamorfosis del yo en la experimentación de los límites del lenguaje, ese juego de dardos que no dan nunca en el blanco. Un cielo dibujado desde dentro, el límite último del ser “Y doy con mi vuelo la altura de mi abismo,/ Vuelo y fantasía en las alas de mi seso.”

Hay un yo poético múltiple, donde el binomio tú/yo se enfrasca en un diálogo fundacional infinito: “¿Dónde empiezo Yo y acabas Tú, /Si soy Yo el laberinto que trasuntas,/ Noche y día, como un ave enorme,/ Si te he dado un jardín infinito/Con el mapa del cielo, brújula de mí.”

La identidad es, pues, evocación y recuerdo, persecución y pérdida constante. Una especie de eco buscándose en la oscuridad; una voz que, en esa búsqueda, traspone el umbral hacia nuevos avatares lógicos o reales. La dinámica esencial del yo poético es extrapolarse, secreto y delirante, experimentando los límites de la definición, para definirse.

Recuerdo entonces el mito de Eco y Narciso, aquel amor de ciegos. Deleuze lo explicó como la relación entre la imagen especular y la voz, entre la vista y la voz, entre la luz y el discurso, entre la reflexión y el espejo. Hablar es no ver, dice Deleuze, y Eco le habla a Narciso, ciega y lúcidamente, a partir de la repetición del final de sus palabras. Eco firma su propio amor en la repetición de un lenguaje ajeno. Así mismo, El Oscuro Pasajero desarrolla una dinámica dialógica entre el “tú” y “yo”, un juego de espejos en una habitación oscura. En este poemario, el yo poético es al mismo tiempo Eco y Narciso: “Soy el Oscuro Pasajero que transita/Los ultramares y recónditos Yomismos,/ Hablándome con mi otra voz/ Y con mi otro cuerpo hincándome/ Como un poseso que toma al yo por doble entraña/ Y se encarga el control del artilugio de ilusión”.

El autor nos invita pues a hurgar en los preconceptos de nuestra propia identidad, en las preguntas que nos fundan y rara vez reformulamos, así como a entender al lenguaje como un juego de brújulas propias, un puente ilusorio por inasible: “Suenan las cosas del mundo, con sus ruidos / Y sus voces casuales, impresas en el revés de / La experiencia que supone el tajo entre / Mi plano, doble, y esta obra enlenguada de mí, / Que se aviva ante mis ojos, mis faros lejanos.”

El Oscuro Pasajero está compuesto por cincuenta poemas cortos que son, a su vez, un extenso poema. Hay escenarios que se repiten: el jardín, la casa, la cueva, el océano. Y en cada página se intuye que alguien escucha detrás de la puerta; siempre hay alguien detrás de todas las puertas.

El pasaje oscuro parece ser la grieta en el espejo, aquello que se abre en medio de la vida, y te pregunta: “¿Qué es lo humano, finalmente? ¿El filamento sutil habido entre carne y hueso? ¿Llamar a cada cosa por feliz nombre? / (…) ¿Qué lo es, si no puro experimento/Deslenguada experiencia, un rastro de saliva/ Alargando espesa niebla en el corazoncito/ De un recuerdo constante, eterno invento?”

Finalmente, cabe recalcar que, gracias a la inteligente iniciativa de Rafael Espinosa, autor de Hoyo 13: Novela barrial, de regalar su libro a través de la librería La Inestable del Sr. Carlos Carnero –a lo que Víctor Vich atrajo nuestra atención–, El Oscuro Pasajero también se entrega gratuitamente (en calidad de regalo) para todo aquel que se acerque a la librería a pedir un ejemplar. Sírvase.

Por Miguel Blár


Escrito por

Edwin Chávez

(Post)estructuralista, narrador sci-fi, cuentista metaliterario, pixel-prototipeador, {css: lover}, poeta [01]nario.


Publicado en

Circuitos abiertos

"Leo continuamente mientras trabajo; en general, por la noche. Es una manera de mantener los circuitos abiertos". Philip Roth